Drama británico de 1970 biográfico- histórico- bélico sobre una figura discutida, alabada y repudiada dentro y fuera del Reino Unido: Oliver Cromwell, líder político, general militar y miembro del parlamento inglés.
Dirigido y escrito por Ken Hughes, producido por Irving Allen, musicalizado por Frank Cordell, editado por Bill Lenny y fotografiado por Geoffrey Unsworth.
Actores: Richard Harris, Alec Guiness, Robert Morley, Nigel Stock, Geoffrey Keen, Michael Jayston.
Imitando los grandes dramas de época, la épica fue un componente ineludible para toda obra que abordó personajes dotados de complejidad y no sin cierta ambiguedad, este film no es la excepción. En el caso que convoca, Cromwell está endiosado por supuestos “liberales republicanistas” que ignoran la inmoral atrocidad que significó la persecución, asesinato y exilio de gran cantidad de irlandeses católicos, considerados por el como “salvajes inferiores”, así como por todos los puritanos fanáticos del protestantismo anglicano dentro del congreso. Las ansias y gestas independentistas de irlandeses y escoceses, para desgracia de ellos, fueron sofocadas por el colonialismo inglés, así como para desprecio de los escoceses y galeses anti monárquicos), esto sucedió bajo gobierno con el supuesto héroe y bajo el del villano.
Cromwell inicialmente era un monárquico que con el correr del tiempo sintió una profunda animosidad hacia el rey Carlos I (casado con Enriqueta María, una reina católica) y hacia el sistema monárquico en general. La incapacidad de Carlos para mantener decisiones importantes, por mentir descaradamente y por clausurar una y otra vez el parlamento, violando las leyes de la Carta Magna británica (Carta que había permitido al pueblo anglo librarse del yugo del absolutismo previo a este reinado) hizo que se gane el rechazo de los parlamentarios y parte de la población. Carlos fue el culpable de reinstalar el desequilibrio de los poderes del Estado: siendo un monarca famoso por coleccionar pinturas, también lo fue por ser un tirano.
El gran problema con esta obra es que hay una sesgo histórico que daña su reputación en el final: luego de mostrarse los hechos tal cual sucedieron, no sin dejar de lado las obvias licencias ficcionales del guion y desplegando un talento técnico evidente para las escenas de batallas (como fue costumbre en el cine de los 70, heredero de la tradición fotográfica del cine épico de los 40 y 50), se nos dice que Cromwell gobernó por varios años de estabilidad tras derrocar a la monarquía y se nos muestra un plano detalle de una placa conmemorativa junto a una escultura de su cuerpo muerto (costumbre en aquel siglo), en una clara toma de postura que apela a la emotividad populista (como el film Eva Perón de Juan Carlos Desanzo, ya criticado).
Todo científico y todo crítico debe dudar cuando se pretende mostrar una supuesta verdad absoluta que no es más que un sesgo ideológico que ignora la otra cara de la realidad. Ken Hughes, director de este film, podría haber ampliado la duración de la película para darnos información sobre el Protectorado, es decir sobre el gobierno parlamentarista de Cromwell, pero se termina con él sentado en el trono del congreso tras echarlos a todos.
No se puede negar que este cineasta acierta a la hora de mostrar las contradicciones y una involución (que Hughes no considera tal pero yo si) de este personaje, genial para planificar las guerras y muy audaz para persuadir con su retórica, pero repudiable por su decisión de disolver el parlamento, una acción increíblemente idéntica a las de Carlos, el primer rey decapitado de la Era Moderna. Cromwell se convirtió en otro dictador religiosamente intolerante y con políticas económicas confiscatorias (muy opuestas al liberalismo capitalista que en ese tiempo afloraba), pero esto es completamente ignorado por Hughes, hipnotizado por el poder venenoso de la oda mitológica, que rompe con la prolijidad narrativa que venía teniendo el film.
Las actuaciones de Harris como Cromwell y Guiness como Carlos inicialmente son excesivamente teatrales, pero conforme avanza la trama se fortalecen hasta impresionar con sus destrezas imponentes: el primero manifiesta su carácter rígido y vehemente, con su poder de influencia como líder, el segundo muestra templanza y en lugar de influir, por el contrario, es fácilmente influenciable (en otras palabras, Cromwell dominante y Guiness más dominado, aunque aparente que es al revés). Harris, irónicamente un irlandés, consiguió imponerse hasta el clímax, cuando pasa de la seriedad a la risa por ser convocado a gobernar como Protectorado (que tras la muerte de Cromwell se transformó en Mancomunidad) por pedido de los congresistas que lo apoyaban, es sencillamente brillante.
No es una pieza mala ni mediocre, es claramente una cinta memorable que no está exenta de dramatismo abusivo y carece de la profundidad emocional que tiene por ejemplo Moisés y los 10 mandamientos con Charlton Heston. La música y las imágenes son potentes armas, pero prestarle atención al significante sin hacerlo con el significado es uno de los peores pecados que un crítico puede cometer: la lección frente a esto es no dejarse engañar por sesgos artísticos y recurrir a la ciencia social para averiguar si se puede homologar a un guía de pueblos con Jesús o si este retrato no es más que un fraude que se hizo eco de la Historia Oficial anglosajona que no es revisada, por más belleza visual, sonora, actoral y en síntesis formal que posea y presuma.