SHREK 2: EL REINO DEL REVÉS, UN CLÁSICO ANTI-TRADICIÓN.

SHREK 2- EL REINO DEL REVÉS 

La historia del ogro parlante, una parodia mezclada con sátira de los cuentos de hadas eternos es el equivalente al libro que creó Miguel de Cervantes: Don Quijote de La Mancha. ¿En qué se parecen? Tanto la novela del manco de Lepanto como la película de DreamWorks, adaptación del libro-álbum ilustrado, obra de William Steig, rompieron con la solemnidad rígida, profundamente tradicionalista y conservadora del espíritu medieval-feudal, en pos de abrazar las ideas con el vigor cómico de Bocaccio y su Decamerón, conceptos humanistas y renacenistas que dieron paso a la Modernidad: ahora las tramas de caballería (en el caso de Cervantes) y la de los fairy tales en el de Shrek, son ridiculizadas para invertir la ecuación: no es el príncipe azul el que siempre tiene el poder seductor, sino la bestia que antes era el enemigo. 

La princesa Fiona quiere la aprobación y el amor de sus padres reyes, pero es consciente de la culpabilidad de ellos por el trauma que le ocasionaron al encerrarla en una torre, hasta ser conquistada por el caballero perfecto. Llamativamente no se siente cómoda con su identidad humana y al final de esta secuela (exitosa en la taquilla y críticas, tanto o más que la primera) explicita que prefiere ser ogra. 

La moraleja de la película (ahora sí en sintonía con las fábulas tradicionales) es simple: aceptarse como uno es, a pesar de que reconozca para sí que no es Di Caprio ni Sydney Sweeney. También Shrek 2 critica con humor ácido a los matrimonios arreglados, (de la peores bajezas de la realeza) y nos comunica que la magia, epifanía de las fantasías humanas imposibles, puede actuar como objeto de placer temporario, como para quien consume drogas duras con el fin de evadirse de su penosa realidad, pero termina siendo un tóxico autoengaño: esto implica un acto de fingir que uno es otro, pero por fuera de la ficción (donde cobra un sentido maravilloso, ya que eso es la actuación en el arte), es entonces cuando la identidad se convierte en un drama espantoso. 

Excelente comedia llena de referencias al cine de culto, un híbrido de entretenimiento infantil y humor adulto, portadora de una animación 3D innovadora para su tiempo y seguidora de la esencia de Pixar y fundamentalmente rupturista (lástima el caniche que aplastó Shrek, no era culpable de nada).

Oda a los vulgarismos

“Hay que hablar con propiedad y respeto”. “No seas guarango porque es de bruto”. “El escritor culto e inteligente debe redactar sin coloquialismos porque sino es vulgar”.

Estas frases, que una porción no menor de la sociedad reproduce como si se tratara de máximas o verdades objetivas-universales, no son más que expresiones represivas, elitistas, soberbias y falsamente sabias o Ilustradas (la I mayúscula en referencia a las ideas liberales de la Modernidad), que alimentan a una cultura promotora de las censuras a los artistas (ejemplo más propicio es el de los humoristas, víctimas de la cancelación por sus estilos explícitos-groseros) y también a la autocensura, manifestada en algunos “creadores de contenido” (como se dice ahora), incapaces de exhibir orgullo en entrevistas y avergonzados de chistes o bromas que hicieron en el pasado para en su lugar “aggionarse a los tiempos que corren”.

Resulta extático escuchar a tipos como Ricky Gervais o al ya fallecido Fernando Peña (uruguayo pero argentino), hacer maratones de series como Padre de familia y South Park (ambas las tengo pendientes de ver en temporadas enteras, aunque es un desafío difícil por su enorme cantidad de episodios, respectivamente) o tragarse los videos en YouTube de Peligro sin codificar, los primeros sketches de Videomatch (antes de la putrefacción provocada por el mismo Tinelli en su show frívolo), Cha Cha Cha y su surrealismo 50% elegante y 50% ordinario-procaz, entre otros. Me refiero a programas de tv históricos, cuyo nivel de bagaje cultural es, sumando a todos, enorme, sin ninguna obligación de ser sofisticados.

En tiempos en los que la corrección política logró instalarse en los medios de comunicación, tanto tradicionales como modernos, aunque pugnando frente a frente con la incorrección por el dominio de la opinión pública, creo fundamental hacer un elogio de los vulgarismos, de las malas palabras y los insultos merecidos e ingeniosamente usados en contextos múltiples, esos que Roberto Fontanarrosa defendió a capa y espada, por un lado como sana indignación ante las retóricas fascistas (peor ejemplo de estas es la ya longeva y famosa “moral y buenas costumbres”) y por otro lado debido al obrar ingenioso, en ocasiones racional y en otras irracional (el caso del arte absurdo).

La crítica, sea cinematográfica, literaria o culinaria, es definida por algunos docentes y “personalidades destacadas de la cultura” no como disciplina de libre vuelo sino como un patrimonio del estilo formalista, digamos correctito, pedante y anti popular, que rechaza injustamente el empleo de conceptos y frases metidas en el imaginario social hace añares, porque si te servis de ese lenguaje sos un maleducado, un inculto o un simple idiota. Es exactamente al revés: negar la jerga sencilla no solamente es pecar de pretencioso (esta sí es una genuina mala palabra repudiable) es ser un ignorante de la tradición musical- oral de la Argentina, de la riqueza lingüística que nos ofrendaron los pobres devenidos en trabajadores, los que vinieron en los célebres barcos para hacer la América, es decir los extranjeros argentinizados que crearon el lunfardo, luego deformado por las cárceles (aunque es motivo de debate desde qué época surgió ese mal gusto, supongo por los años 90 y la tumberización de la población, con aumento de la marginalidad), pero tampoco hoy se extendió ese contagio carcelario, nadie le dice “vaca rallada” a la leche o “nieve” al azúcar excepto las lacras de los presos.

La gran literatura no fue un invento exclusivo de las clases altas a las que pertenecieron los Borges, los Bioy Casares o las Ocampo (todos estos seres hermosos, aclaro), existieron en paralelo los César Bruto, los Roberto Arlt, los Osvaldo Soriano y un montón de autores humildes que se me escapan, pero por ser una lista interminable.

Resulta aceptable que famosos con autoridad institucional manejen los vulgarismos políticamente incorrectos? Claro que en casos de protocolo esto es imposible o casi (funcionarios políticos, exceptuando algunos mandatarios) pero en las universidades (sean privadas o públicas, lo puedo afirmar por experiencia) muchos profesores no temen dar las clases como si fueran pares de los alumnos, por más que no lo sean. Médicos, policías, escritores, periodistas y hasta empresarios son capaces de hacerlo, ante las cámaras y micrófonos o sin ellos, en una exhibición de flexibilidad o soltura que nada tiene de problemático, a menos que haya un abuso de confianza con los interlocutores u oyentes.

Quienes escribimos somos mentalmente pobres o faltos de recursos por no abundar en terminología cultista y apoyarse en cambio en las frases del común de la gente? Mi respuesta inmediata (aunque no totalizante, ya que no todo lo que brilla es oro) es no. En primer lugar, resulta muy forzado buscar permanentemente y no cada tanto en el diccionario/Google ideas o calificativos. En segundo, los vulgarismos regalan, sencillamente, libertad expresiva y en tercero, no vamos a ser más serios ni superiores por decir “flatulencias” en lugar de “pedos”, “macanas” y no “cagadas”, “despreciable” en lugar de “sorete” y así infinitamente.

Hay que cuestionar esa necesidad excesivamente impostada de fingir tener otra identidad a la hora de escribir o de comunicarse en persona con gente importante, precisamente porque atenta contra la naturalidad que todos nosotros tenemos y el buen humor.

Bellas Artes (Malas Artes): la nueva serie de Mariano Cohn y los hnos Gastón y Andrés Duprat

Creada para las plataformas Movistar+ y Star+, producida por Gloriamundi e Historias Particulares y distribuida por Disney Platform.

Protagonizada por Oscar Martínez, Aixa Villagrán, Koldo Olabarri, Ana Wagener, Dani Rovira, Ángela Molina, Adelfa Calvo, Ludwika Paleta y Jorge López.

En tiempos en los que artistas ya consagrados hace décadas y con los bolsillos llenos exigen que el ambiente cultural dependa imperiosamente de los fondos del Estado nacional bajo cifras gigantes, en lugar de apelar a una austeridad subsidiaria comedida, esta dupla de muy talentosos autores (en este caso 3, se suma Andrés Duprat) realiza producciones con capitales de productoras que, conscientes de donde depositan sus inversiones, no malgastan una moneda en escritores y directores que alcanzaron el éxito en múltiples ocasiones, Mariano Cohn y Gastón Duprat: El artista, El hombre de al lado, 4×4, El ciudadano ilustre, Mi obra maestra, Competencia oficial y las series Nada, El encargado y la muy reciente Coppola: el representante (junto con Emanuel Diez), la mayoría de enorme calidad.

Antonio Dumas (Martinez) es un hombre de amplia trayectoria en el campo cultural como historiador y gestor. Se presenta en un concurso para dirigir el Museo iberoamericano de Arte Moderno en España (la serie se filma en locaciones que simulan ese museo, arquitectónicamente muy similar al MALBA) y vence sorpresivamente a dos competidoras que calzan a la perfección con la nefasta corrección política, que hoy en día quiere jerarquizar a personas por “pertenecer a minorías oprimidas”: mujeres, negros y homosexuales. El primer dardo contra ese discurso ( verbalizado por cierto feminismo) ya se configura de entrada: la respuesta irónicamente ingeniosa de Dumas contraataca con la misma moneda a ese victimismo racial-sexual.

Durante los cortos episodios la nueva autoridad se oscurece rápidamente por culpa de la soberbia y el cinismo pragmático, aunque está claro que no somos todos iguales intelectualmente (el término intelectual personalmente me causa rechazo) y no hay nada más estúpido que la igualdad forzada e injusta, si no hay sentimientos encontrados o distanciamiento crítico para con el mismo hombre, se pierde la profundidad del personaje y eso lo saben muy bien los creadores, más allá de las simpatías.

El esnobismo elitista y los autodenominados “artistas”, que no son más que pretenciosos pseudo- vanguardistas con voluntad de copiar con descaro a los que formaron parte del innovador y experimental Instituto Di Tella, son el segundo objeto de esta dura sátira social. Durante los ya muy lejanos años 60, este lugar fue cuna de artistas plásticos con obras debatibles en gustos pero con espacios merecidos por su rupturismo (no hace falta explicárselo a quienes vivieron la época, aunque vale la distinción).

Los problemas con los que se topa el protagonista, con quien empatizo y me identifico con sus reacciones frente a su ambiente, son enormes: desde aprietes sindicales, pasando por obstáculos burocráticos y expositores progres- pedantes, hasta finalmente alcanzar choques con la misma Ministra de Cultura, representante del súmmum esnobista camaleónico. Esta última referencia es una acusación de los guionistas a infinidad de políticos acomodaticios, quienes con tal de conservar su poder son capaces de contentar incluso a vándalos de estatuas, propagadores del odio contra ilustres personalidades del pasado que, a pesar de sus defectos personales, no pueden ser juzgados con la mirada del hoy.

El siguiente dardo es dirigido contra los llamados ecologistas, quienes toman de rehén a la causa noble del combate contra los problemas climáticos para infectar a la sociedad con su radicalidad ideológica anticapitalista, en la misma línea que los previamente mencionados “defensores de minorías indefensas”. Claro que si uno cuestiona a estos sectores se arriesga a ser denunciado por fascismo, cuando son estos los que se adhieren consciente o inconscientemente a él, sabemos que este puede hallarse en cualquier espectro.

La mejor forma de burlarse de los burgueses hipócritas y partidarios-charlatanes de la postmodernidad relativista, quienes quieren hacernos creer que una banana encintada vale tanto como un Goya o un Da Vinci, es por medio de una graciosa y tierna escena en la que, el nieto de Dumas, desatendido por su abuelo debido a una mezcla de ocupación permanente y desdén emocional, dibuja un perro en una montaña de carbón parecida al excremento y escribe “esto es una caca”, dándole genuino significado cómico a ese rejunte validado como arte por críticos igual de estafadores que el mismo que depositó eso y por la institución.

Surgen entonces las preguntas: ¿ Todo lo que podemos ver en un museo o galería es arte por el mero hecho de estar allí? El arte es siempre subjetivo o existe un mal gusto objetivo?. Es siempre atractivo abordar esto, pero de acuerdo a los autores de la serie y nuestras actitudes ante las instalaciones y cuadros, se afirma y se niega, según el caso, lo que es y lo que no, pero no puede dejar de afirmarse que el pútrido olor a chatarra disfrazada de sofisticación, en los mencionados casos se nota demasiado.

Otro de los conceptos que se une a ciertos colectivos como blanco de ataque del humor ácido es el nepotismo autoritario, cuyo poder radica claro está, en contactos potentes como el que tiene el despreciable personaje de José Sacristán (casi a la altura impecable de Martinez en actuación, sin embargo cae en la exageración): ni más ni menos que la ya descrita Ministra de Cultura, que ampara naturalezas muertas medio pelo de este señor y se la agarra con Dumas porque este quiere darle de baja la exposición para poner a alguien que genuinamente valga apreciar (la venganza de Dumas será terrible).

Como cereza de la torta, en el episodio 5 (me morí de risa) se cuestiona a extranjeros oportunistas del victimismo que, tras ser discriminados racialmente por Inmigración, aprovechan esto para extorsionar a Dumas y, nuevamente como en los otros casos, aunque más abiertamente, se hacen pasar por aquello que no son, no sin el aval descuidado del propio director a cargo. Este es el mejor de todos los episodios.

El final, con una silenciosa aunque poco destacada Ángela Molina, es abierto y le da aire a una futura segunda temporada. Este personaje sirve de enlace para la subtrama que Dumas tiene con su ex mujer, ahora habitante de Perú.

Es increíble cómo se superan cada vez más los Duprat y Cohn, que no son jóvenes promesas sino tipos con espalda que los respalda. Andrés Duprat es director del Museo Nacional de Bellas Artes y conoce el medio como pocos, su guion cocreado es prueba de ello y los otros dos ya son estrellas consagradas.

La última tentación de Cristo: la humanización de la divinidad y la fantasía de la carne

(Spoilers)

Drama americano-canadiense de 1988 distribuido por Universal y Cineplex Odeon Films (quien también lo produjo). Dirigido por Martin Scorsese, escrito por Paul Schrader, producido por Bárbara De Fina, musicalizado por Peter Gabriel, fotografiado e iluminado por Michael Ballhaus y montado por Thelma Schoonmaker.

Actores: Willem Dafoe, Harvey Keitel, Bárbara Hershey, Harry Dean Stanton, la participación especial de David Bowie como el prefecto Poncio Pilato, Andre Gregory, Víctor Argo, Tomás Arana, Irvin Kershner, Verna Bloom, Peter Berling, Peggy Gormley, Gary Basaraba, John Lurie, entre otros.

Adaptación homónima de la novela de Nikos Kazantzakis, La última tentación de Cristo está muy lejos de ser la típica película exhibida durante la Semana Santa (y en especial los domingos de Pascua) sobre la figura de Jesús de Nazaret. Causó controversia desde el vamos: grupos reaccionarios y devotos boicotearon esta pieza, consiguiendo que muchos productores que pensaban invertir en el proyecto se arrepintieran. No obstante, a pesar de cambios de guion y reducciones del presupuesto, las intenciones censoras de los infames chupacirios de siempre se vieron truncadas: el escándalo fue superado y el film se estrenó, logrando una muy positiva recaudación y muy buenas críticas.

La aclaración de Scorsese parte como advertencia en el inicio de que no se trata de una puesta en escena de los libros evangélicos, sino de una exploración novelada de lo que pudo pasarle por la cabeza a Cristo antes y durante su Pasión- crucifixión. Aunque gran parte de la historia está directamente relacionada con lo relatado en los Testamentos, la sucesión de eventos se tocan con invenciones del libro de Kazantzakis y lo que Schrader extrajo: estas consisten en la manifestación de sentimientos angustiosos, culposos y temerosos de Jesús, bajo un proceso de humanización muy distanciado del tradicionalismo sobrehumano y mesiánico del catolicismo.

Judas, encarnado por un siempre sobresaliente Harvey Keitel, le contagia su voluntarismo de luchar contra la opresión romana (en ese momento, de acuerdo a lo escrito en la Biblia, Roma estaba gobernada por Tiberio) al nuevo líder Jesús (despreciado por los judíos de su zona, no todos, por hacerle cruces letales a los romanos). Así se provoca una paradoja: el ideal de pacifismo y el contagio amoroso al mundo choca con el ardiente deseo de oponer resistencia bélica a los laureles imperiales, como hubiese querido Nietzsche.

El impacto que escandaliza sobradamente (no solamente a los cristianos), es el principal desvío de lo supuestamente ocurrido durante su martirio: gracias a una intervención mágica de un ángel, el ex carpintero muta de ser el mesías a un apasionado esposo y un dedicado padre de familia, entonces ya no tiene que cargar con el infinito y extremadamente doloroso peso de ser el Hijo de Dios Elegido y puede vivir una existencia armoniosa con su Creador, mediante la labor física.

La deliciosa banda sonora a cargo del genio vocalista y flautista de Génesis, Mr Peter Gabriel es hipnótica. La fotografía diáfana de naranjas y azules es suavemente excelsa, el guion es jugosamente imaginativo y el montaje de cámaras lentas y fundidos encadenados yuxtapuestos aportan un dramatismo que le calza con justicia a un contenido que previamente fue (casi) agotado por el cine americano.

Los diálogos filosóficos son enormemente hondos y las actuaciones (sobre todo la del monstruo Defoe) son inmaculadas. Los intercambios de Judas con Cristo, Cristo- Pilato y Cristo- Saúl (futuro San Pablo de Tarso, fundador de la Iglesia) son los más apreciables (Bowie muestra una seriedad en el habla y la cara sobria), Harry Dean Stanton impecable.

Es irresistible para la ficción y para los espectadores abiertos de mente que se materialice “lo que podría haber ocurrido en lugar de”. Obviamente los cristianos, a diferencia de los judíos, no iban a aceptar gratuitamente (a menos que se entregaran al placer artístico con liberalismo) que sus creencias sean, sino cuestionadas, al menos confrontadas con la alternativa de otro escenario más terrenal: el de la ontología de un hombre contrariado que revolucione el globo a través de sabias prédicas, pero sin modificar el orden social politeísta (que recién adoptó al cristianismo con Constantino 1) ni alterar a los judíos, que no debían ni deben por la convertirse por la fuerza porque tienen otras creencias (resulta muy antisemita culparlos a todos por la condena a Cristo).

La crítica a la pureza asexual, reprimida y  culposa, además del rechazo al odio fomentado contra los placeres de la carne por obra del catolicismo dominante y coercitivo, se hace notar de manera explícita, sumada al anhelo nacido de lo que el psicoanálisis llama la pulsión de vida, frente al sacrificio de la pulsión de muerte (o la entrega pasiva a los romanos). Aunque no es un film ateo por su conclusión (no desprecia sus milagros ni su divinidad mística como el judaísmo y los musulmanes), vindica al personaje de Judas como luchador revolucionario, que a mi modo de ver, por un entredicho del propio guionista Schrader, este entredicho se traduce en boca del mismo zelote (judío vehemente y rígido por dogma) que invierte la traición: acusa de lo que se le endilgó  a él como abandono de la causa.

El Cristo convencido de su divinidad y necesidad de salvar al mundo, se constrasta con esa misma convicción redentora pero dudosa de lo que es pecado y lo que no, con la carne femenina que lo tienta y más aún, con la satisfacción del mundanismo económicamente estable, esta es la última tentación.

No me gustó el final porque transforma una propuesta novedosa e interesante en un simple onirismo de Jesús, empujado por la agonía de la cruz, que termina confortando a los cristianos y su dogma e ilógicamente, contenta a un Judas que aceptó traicionar a su maestro para que el sacrificio “salve a Israel de los romanos”, cuando se supone que la intención de este no era aceptar a regañadientes el llamado a la inmolación de Dios a su Hijo, sino por el contrario, que decida luchar con las armas y un ejército para hacer caer a ese imperio terrorífico. Pero ese no es el Judas de Scorsese, tampoco el evangélico, que abandonó sus propios ideales a cambio de dinero (es decir, mutado en corrupto), sino uno que reprocha a su maestro entregarse al derrotero calmo quebrando su promesa, acusándolo de traidor y haciéndole creer que el ángel que lo liberó de la cruz era en verdad el demonio del fuego que alucinó Jesús en el desierto (cuando delira por la inanición).

Pero como es vox pópuli, toda película magnánima crea discusiones, fruto de las reflexiones que surgen con lo que se aparta de lo socialmente aceptado y convencional, La última tentación de Cristo es una de ellas, dueña de un nivel subversivo incomparable y de las más ruidosas de la historia del cine.

El águila negra

Comedia romántica y dramática muda y en blanco-negro americana de 1925, una adaptación de la novela Dubrovsky del escritor romántico ruso Alexander Pushkin, publicada en 1841.

Distribuida por United Artists y financiada por Art Finance Corporation. Dirigida por Clarence Brown, producida por John Considine Jr y Joseph Schenck, escrita por Hans Kraly y George Marion Jr, musicalizada por Michael Hoffman, Carl Davis y Lee Erwin, fotografiada por George Barnes y Dev Jennings, montada por Hal Kern.

El vestuario es de Adrian y los actores son Rodolfo Valentino, Vilma Banky, Louise Dresser, entre muchos otros.

No es una película que vi en la computadora ni en la tele. Fui a una función del MALBA con un amigo, en el marco de una programación de películas mudas que proyecta este bello museo, dirigido por el magnífico empresario y economista Eduardo Constantini. Se trata de un ciclo de pelis hollywoodenses y europeas de las primeras épocas, con el agregado genial de la música en vivo.

Más allá de la escasez de público, ya que no se trata de una pieza a la que asista la mayoría de la sociedad (como sí lo hacen para una comercial, por ejemplo Poor things), es una experiencia peculiar que creo que debe aprovecharse al máximo: oír instrumentos de cuerda y piano mientras aparecen las imágenes con los carteles de la era silente es un acto de pura magia.

En esta ocasión, la primera gran estrella (antecesora del Star System construido por las productoras) fue el “latin lover” (llamado asi por los empresarios) Rodolfo Valentino. En este film encarna a un teniente ruso Vladimir Dubrovsky, que es sexualmente acosado por la zarina Catalina 2. La gestualidad de la actriz Louise Dresser, quien hace de esta “déspota ilustrada” del siglo 18, mezcla con nitidez expresiva la astucia perversa y el poder seductor propio de los monarcas que se salían con la suya caprichosamente, ante la falta de leyes que limiten su obsceno poder absolutista. Lo peor de todo es que este tipo de gobernantes (sean hombres o mujeres), se cultivaban culturalmente leyendo a los revolucionarios filósofos y economistas liberales, pero sus teorías se las pasaban por ahí atrás a la hora de aplicar en la práctica medidas totalmente tiránicas y expansionistas ( los casos de Napoleón, Federico 2 El Grande, José 2 de Austria, Carlos 3 de España, entre muchos otros).

Volviendo a la película (de 1hora y media): la trama gira alrededor de este protagonista que no acepta como un sirviente cobarde acostarse con la zarina para acceder al poder. Escapa y es perseguido por las fuerzas imperiales, con el haz bajo la manga de poseer una doble identidad, su personalidad secreta está directamente inspirada en el famoso Zorro (cuyo primer cuerpo fue el de otra estrella, Douglas Fairbanks, amigo de Chaplin) y su nombre es Águila Negra. Resulta que Dubrovsky se enamora de una acaudalada hija de un lacayo de la zarina (de nombre Kyrilla) que hará lo imposible para capturarlo.

Los movimientos de cámara y algunos efectos producidos por el montaje le otorgan a esta pieza rescatada del olvido una calidad por encima de la media. Las actuaciones y los vestuarios resultan irreprochables, los plot twists son portadores de un bello ingenio cómico. Las risas, aunque tímidas (no carcajadas) también suman mientras se acompañó el pasar de las escenas con dos flacos brillantes que, con talentos musicales, aumentaron el goce de una función atípica (como todas las que exhiben films mudos salvados de una muerte artística).

El final es muy malo: forzado e inverosímil, el asesinato estatal que alimenta un heroísmo post mortem, común en las figuras de aquellos que se rebelaron contra el orden dictatorial, se reemplazó en el guion por un héroe que escapa con su amada (cuya relación con su padre es ambigua) ante el beneplácito de la misma zarina, que se niega a último momento a fusilarlo (después que ordenó la confiscación de sus bienes como hacían los reyes anti democráticos). Más allá del feo cierre, técnica y narrativamente es rescatable.

Valentino murió 1 año luego de este film, repentina y tempranamente, provocando el lamento de todo un país (la potencia emergente EEUU), que lo lloró multitudinariamente, mientras las productoras acrecentaban su presencia, en esos tiempos a expensas de la libertad creativa de los cineastas, cuando el autorismo no era del director.

Napoleón

Ridley Scott es amado y odiado. Creo que negar su talento, como leí en un importante sitio de críticas y por los dedos de un prestigioso crítico argentino (de larga trayectoria, que aunque sea muy reputado me desagrada mucho), es propio de un desprecio gravemente torpe que repugna.

El británico tiene una filmografía compuesta por varias Magnum opus: Gladiador, 1492: conquista del paraíso, Los duelistas y Blade Runner (no la segunda pero sí la primera). Y eso que todavía no vi todas sus pelis (probablemente haya otras más).

La vida de Napoleón fue muy rica, contradictoria, compleja y expresionista en el sentido estético de la palabra: aunque se lo pueda valorar con mucha negatividad y acidez crítica, por encima de su genialidad táctica- estratégica para las batallas, no podemos ser negacionistas respecto a sus saturadas luces y sombras: fue una personalidad muy fuerte y con cierta ambiguedad, como muchas otras grandes de la Historia.

Biopics sobre este general alabado y ridiculizado por igual hay muchas, pero hasta ahora ninguna superó (creo que eso nunca sucederá) a la de los años 20 en blanco y negro de Abel Gance: una magnánima pieza imposible de olvidar en una lista de “best movies of all times”. Lamentablemente mi querido Ridley decepcionó en esta ocasión, el sueño hondamente frustrado que tuvo Kubrick (que escribió un guion pero quedó incompleto), con el toque británico (que pudo ser muy diferente si la hubiera estrenado Stanley), no causa nunca una emoción noble para una épica histórica de esta naturaleza. Las imágenes espectaculares son una fachada para hacer gala del talento técnico del DF polaco Dariusz Wolski, pero las formas que construyen una determinada estética, como sabemos bien muchos, son pura cáscara llena de aire si el contenido coquetea con el vacío.

Este guion peca de sequedad y vaguedad verbal en los diálogos de los personajes. Phoenix, que es un actorazo, queda muy manchado por culpa de David Scarpa: su guion carece de vigor y espanta por su simplismo (la bella simpleza deformada) y su dramatismo debilitado por una excesiva concentración en la relación romántica de él y Josefina, en detrimento del argumento político y económico. Eso sí, cabe aclarar que la preciosa y fina Vanessa Kirby se impone brillosamente, no solo por sus gestos y su comportamiento pasivo logrado, sino porque alcanza una presencia que provoca que nos atraiga más que el mismo Napoleón, demasiado serio en algunas escenas, pero llamativamente cómico en otras.

El humor se manifiesta como una luz de calidad insigne, se trata de una apuesta que en pocas ocasiones previas relució. Aunque digan que las comparaciones son odiosas, es inevitable contrastarla con la miniserie de los 2000 con Max Gallo (cuya actuación es mucho más jugosa que la de Phoenix), muy superior espiritualmente a esta reconstrucción fallidamente cansina, que destaca únicamente por los efectos especiales de las batallas superlativas, tanto en el desierto egipcio como en la nieve rusa. En este campo la magia de Ridley se encarniza en su totalidad, habida cuenta de su currículum bélico sobresaliente. Se le suman el color de la fotografía (muy anaranjado en Egipto y blanco- azulado saturado en Rusia), más la banda sonora coral.

La incapacidad para conmover es el peor defecto que puede sufrir una película y que terminamos padeciendo nosotros espectadores: aburrimiento y abrumamiento son dos caras de la misma moneda. En este caso surge el primero. La distribuidora Apple TV fue la responsable de que se redujera el metraje, estipulado para durar más de 4hs, se achicó a menos de 3. Esto es un duro golpe inmerecido que repercute sin medias tintas en un montaje que se siente mucho más gordo de lo que es.

Ojalá se estrene un corte mucho más extenso, que elimine el mal sabor bucal que produjo, como la frustración que hacen sentir las bolsas de papas fritas que contienen más aire que papas, más expectativas desilusionadas que paladares saciados y corazones contentos.

Para mi disgusto debo admitir que muchos críticos tuvieron razón en sus elucubraciones. En definitiva, las depreciaciones de las películas son autoprovocadas y no por lo que escribieron “los que saben” (entre comillas, porque tienen mucho conocimiento pero pocas luces a la hora de juzgar).

No queda más remedio que aceptar que hay malos tragos que deben soportarse, como un clima muy caluroso que hace pensar en Egipto o su opuesto, que nos recuerda a la Rusia gobernada por un emperador que ayudó a destruir a otro y cuyo Estado actual pretende del modo más horroroso, reproducir nuevamente esa infame mezcla de comunismo y zarismo.

Desdibujarse puede costar caro, pero alguien como Scott si lo anhela, puede volver a conectar con su yo incuestionable.

MAFALDO: CONFESIÓN PERSONAL Y REFLEXIÓN SOBRE LA EDUCACIÓN.

Ya se, no es una crítica de cine. Quizás suene a catarsis barata para algunos o testimonio valioso para otros. En tiempos en los que las ansiedades juveniles aumentan por las incertidumbres existenciales, las angustias lo hacen por la falta de un horizonte y la soledad se divide en un ángel y un demonio, además de que se incrementa el número de casos de acoso psicológico en los colegios, amerita una citación de un pasado que pudieron haber tenido muchos.

La escuela primaria… ese lugar donde se puede aprender variadamente, donde uno descubre lo que lo alimenta (en mi caso lengua) y lo que lo expulsa (a mí la matemática): donde brota el interés individual y se despierta en la conciencia el maravillosamente rico y gigantesco mundo de la curiosidad (por cualquier ámbito), a la par que se presentan dificultades donde nuestro ser se forma, en cuerpo y mente, problemas con el mismo aprendizaje y en nuestras relaciones con el entorno. Así emergen los rasgos de nuestra futura personalidad, con baches inmediatos.

Escuela primaria: sitio de caos y broncas, de tonterías e ingenios, de acosos y tristezas, de soledades que se eternizan como una tortura, junto a un sentimiento de exclusión respecto al grupo de compañeros. El “niño adulto”, también conocido por su sinónimo “Mafaldo” (que de famoso el término no tiene nada, sino que fue un invento de una docente mía de 5to grado), se trata del inmaduro-maduro: estereotipo real del peyorativamente tildado de “tragalibros” de edad prematura o mejor dicho, del traga manuales Santillana, (ya que para los tiempos a los que voy a referirme los libros eran de difícil acceso porque ya había inflación al alza). Alguien portador de las estrecheces y ternuras propias de la formación de la identidad, pero también cuerpo de un deseo de saber con el cual orgullosamente me identifico: sobre la Historia y el Arte, preguntándome incluso el por qué de la suba de los precios.

Es un tipo de persona (o figura social compartida, como el acosador, el turro, el cheto) pero con diversas inclinaciones (al nivel de sujeto distinguido). Grandes obstáculos surgieron en ese pasado a la hora de vincularme con los demás, no porque culpe a mis hobbies de mi dura preadolescencia, sino por las incompatibilidades de intereses con los otros que lastimosamente me provocaron desencuentros y segregación. Aunque no todo fue lastimoso, viéndolo en retrospectiva.

Mafaldo (así me llamó la docente) es la manifestación masculina (fuera de la historieta) de aquella niña graciosa, capaz de hacer y hacerse preguntas sobre el existir aunque eso no sea lo normal. No es tampoco imposible que le suceda a varios con cierta obsesión. Algún maleducado dirá: “ese pibe tiene que estar jugando al fútbol y no leyendo sobre la guerra de federales y unitarios”. Pero este posible comentario acusador tiene algo de razón parcial: los chicos tienen que poder hacer lo que quieren (por ejemplo leer para aprender, además de que es un deber escolar), pero si la integración grupal no sucede, no es este un hecho que padres y docentes tengan que dejar pasar.

Aquel que es capaz de leer en el recreo mientras los otros se divierten pateando al arco con una pelota de papel puede gozar con las lecturas pero sufrir mucho con la marginación, al punto tal que se reemplaza el acto de conversar por el de hablar con uno mismo (así me pasó). Esta evocación de mi identificación con la nena ficticia no es una exhibición de pedantería tonta, sino una marca genuina del gusto por aquello que otros no sintieron (y tenían derecho a no sentir, porque las subjetividades no son siempre iguales). Esa marca (que hoy veo más jugosa cuanto más se desarrolla, ya que no caduca sino con la muerte) es también un mecanismo de defensa para entretenerse, del que el niño se sirve para combatir en solitario a ese sentimiento tan desagradable de estar por fuera del rebaño, de creerse el rarito antisocial por el estigma de unos idiotas, que merece el apartamiento de la mayoría por tener una mentalidad que apunta a otro blanco, que quiere llamar la atención para ser apreciado pero solo la consigue temporalmente, para posteriormente ser nuevamente olvidado a su suerte y creerse inútil, forzado a buscar alternativas para que su vida no se convierta en un infierno, como quien se crea un amigo imaginario.

No está de más decir que la soledad involuntaria es un gran agujero que se siente dolorosamente aún en la adultez, even para quienes la socialización es un pilar clave (otros prefieren la ausencia de compañía). Esto nos estimula a reflexionar sobre los demás y sobre nosotros, posiblemente para siempre (vinimos y nos vamos sin nadie más), sin distinción de creencias o características. La baja autoestima de ese tiempo, producida por acosos permanentes, me hizo pensar que yo debía ser otro, que no debía estimar con buena altura mis rasgos y que solo importaba el bienestar ajeno, total yo no era “quien tenía que ser”. Después de todo, a mi también me gustaba jugar a los gogos, a las cartas Adrenalyn, a los Beyblade, ser incluido en ese partidito de pelota armada con papel para meter goles o trabar a los atacantes para evitar goles ajenos (y así tener el visto bueno de quienes me rodeaban). Ni hablar de jugar a la Play 3. Sin embargo esos gustos se llenaron muy a medias: la exclusión se hizo latente en todas esas posibilidades, nacieron frustraciones y aislamiento, sobre todo con la Play porque la tenía pero no podía jugar online, ya que mis juegos eran truchos y mis viejos decían que los originales estaban caros, así mi consola se chipeó.

El problema fue no haberme concientizado de que era mejor estar a largos metros distante de aquellos pibes que creían ser estrellas o que buscaban el liderazgo permanente, los mismos que hacían comentarios hirientes y que solo les importaba ser mejores que el resto, influyendo en este para que los valoren como los fieles seguidores a un político demagogo y corrupto. Si uno puede aplicarse una autocrítica, esta es pertinente por anhelar ese pulgar arriba, esa aprobación maldita (hermana mayor del tan actual y jodido like de las redes) de los que también padecían inseguridades, complejos y desencantos, solo que maquillados por una miserable actitud agresiva de vanidad, como la que poseen los cazadores de animales salvajes, cuya diversión no es otra que matar por puro goce sádico. Sin dudas esto es producto de una mala educación de valores en las casas, pero este defecto que esquiva a las instituciones para desgracia de algunos va a reproducirse sin fin mientras los nuevos padres no tengan un enfoque opuesto a dos rostros de una moneda que se complementan: la del padre/madre autoritario-maltratador del siglo pasado y el permisivo al que nada le importa, como ocurre hoy y ocurrió hace casi 15 años (con la generación del 2000, la mía, aunque el fenómeno data de un largo tiempo atrás).

El apoyo de quienes nos caían bien, de los que por evolución temporal se transformaron en grandes amigos, nunca va a perder su vital relevancia. Sobre todo si se trata de los inmortales, de los que van a recordarse post mortem (a no ser que uno muera primero). No solo como un modo necesario de evasión y superación de males pretéritos, sino además de males presentes y futuros que siempre amenazan a la individualidad, cuyas soluciones dependen de nosotros y de nadie más, pero que en nuestra condición de seres sociales requieren del soporte del otro, que se funde con uno en la medida en que empatiza y se compadece de los infortunios.

Nadie quiere ser Robinson Crusoe (ni siquiera el personaje lo quiso), pero sí fue voluntad de Daniel Defoe que el protagonista quede a la deriva en una isla, así como posiblemente al destino (si existe en su concepto religioso) se le cantó que las circunstancias sean caprichosamente adversas para us, para que forjemos nuestras fortalezas desde la debilidad y no desde el bienestar, como no puede ser de otra manera, así como la creatividad brota por el aburrimiento o la carencia.

En tiempos en los que la educación argentina padece por pésimas notas de los chicos en la primaria y la secundaria sería genial que desde las casas los padres estimulen a sus hijos a que les gusten algunas disciplinas. Esto no significa imponer con tiranía o caer en el nocivo adoctrinamiento paternalista, sino fomentar con amor las lecturas y ver si así es posible que a un nene o nena le atraigan los cuentos o los números. Si esto no ocurre tampoco es una calamidad, pero la desidia con las obligaciones perjudica al rendimiento (incluso para los que estudiamos en la facultad, sin discusión).

Finalmente, esto puede sonar a palabras cliché típicas, pero son verdades nada menores: todos tenemos que ser nosotros mismos, querer ser como otros no está mal, de hecho la actuación implica un “quiero ser como” (para los que nos encanta actuar) pero dejar de ser uno para ser como otros quieren que seamos es lo peor que puede ocurrirnos. Sé vos, reza Ricardo Iorio en la canción homónima de Almafuerte, con acento en la E, mientras que el título de otra canción del DJ Maxi Trusso (argentino como Iorio pero nada que ver musicalmente) se llama Nadie está solo-Nobody is lonely.

Miss Mary

Drama argentino de 1986 coescrito por María Luisa Bemberg, Beda Docampo Feijoo, Jorge Goldenberg y Juan Bautista Stagnaro. Dirigido por Bemberg, producido por Lita Stantic Musicalizado por Luis Maria Serra, fotografiado por Miguel Rodriguez, montado por Luis César D’Angiolillo.

Actores: Julie Christie, Tato Pavlovsky, Naacha Guevara, Gerardo Romano, Iris Marga, Luisina Brando, Donald McIntyre, Guillermo Battaglia, Sofia Viruboff, Bárbara Bunge, Nora Zinsky, Anita Larronde, Juan Palomino, Sandra Ballesteros, Beatriz Thibaudin, Carlos Pamplona, Alberto Busaid y Regina Lamm

Sinopsis: Mientras se prepara para regresar a su patria, una inglesa recuerda sus años como la nana de una familia Argentina.

Filmada en una estancia campestre del Partido de Maipú, Miss Mary es una obra que medita sobre la historia social de la primera mitad del siglo XX, es decir sobre los sucesivos gobiernos en relación a las costumbres socioculturales de los ricos del conurbano bonaerense. El film inicia con el primer golpe cívico militar que rompió con la tradición democrática de fines del siglo XIX y estableció la infamia: el fascismo reaccionario del general Uriburu, miembro de una derecha que no era la liberal ni tampoco la de los conservadores de la generación del 80, sino parte de una conformada por militares y funcionarios con alto poder económico como fueron los roquistas, pero con la diferencia de que apoyaron a las dictaduras más nefastas: la de Mussolini y la de Hitler, que rechazaban por igual al comunismo y al capitalismo liberal. Hago esta salvedad porque muchos historiadores izquierdistas confundieron con malicia al liberalismo tradicional con el fascismo emergente, por el mero razón de situarse más a la derecha del socialismo.

Teniendo en seria cuenta estas diferencias ideológicas, nos situamos en un contexto convulso, como lo fueron la mayoría de ellos en nuestra Historia, en donde una familia a la que le calza merecidamente el adjetivo peyorativo “oligárquico”, imparte las reglas de forma tiránica, basándose severamente en el machismo dominante de la época, cuerpo de un patriarcado nefasto que hoy, para bien de hombres y mujeres, ya no es tal. La institutriz inglesa Mary (impecable Julie Christie) es la encargada de reforzar esas creencias culturales construidas en pos de perpetuar un orden sociológico muy rígido, pero sin malas intenciones: ella fue educada bajo esos valores estrictos y antiliberales, pero no pretende hacerle daño a dos inocentes niñas y un joven, sino que quiere que reciban lo que ella creía que era lo mejor para su tiempo, sin ser consciente de que les producía daños.

Haciendo una distinción respecto a Mary, los miembros de la familia además de ser fascistas y nacionalistas son hipócritas: Ernesto, el personaje de Romano, es la cabal prueba de un falangista-franquista que ansia la derrota de los republicanos en la guerra civil, que se entristece con shock al enterarse por boca del hijo Johnny de que se suicidó Leopoldo Lugones, la pluma brillante pero enfervorizada por la hora de la espada (el poder represor de los milicos fachos), que conserva sus ideales en comparación a Alfredo y Mecha (el matrimonio de Pavlovsky y Guevara), que curiosamente pasan de apoyar a los golpistas de 1930 a ayudar con fondos recaudatorios al ejército inglés en la Segunda Guerra. Eso sí, hay dos errores de guion no menores que generan confusión: Alfredo, cuando se entera junto a Ernesto del suicidio de Lugones, lo critica al escritor por haber apoyado con fuerza al mismo hombre que él había celebrado (Uriburu). Mecha por su parte, cuando recibe a Mary para indicarle la habitación donde va a vivir (en una mansión de estilo neo-Tudor), le dice que Hitler es un maniático que no representa un peligro y que solo mataría judíos y comunistas, cuando ella misma le dio el visto bueno a un líder que lo siguió. Quizás sea yo quien me equivoque y en lugar de un error sea una muestra más de la hipocresía oligárquica.

Los saltos temporales permanentes resultan ser una inquietud defectuosa: Bemberg decidió brincar desde el pasado al futuro y a la inversa, al punto de que se genera un enredo innecesario que impide seguir la historia con mayor disfrute, es sin dudas una complejidad adoptada ex profeso, pero resulta molesta para identificar quién es quién o que unos personajes digan hechos que no sabíamos antes (como que el hijo es un militar enamorado de Mary es un militar recibido.

Como feroz dardo contra el orden patriarcal es una pieza virtuosa: las hijas no son libres de obrar como quieren, se les mete en la cabeza que la menstruación es un estigma que deben soportar con hastío, al punto tal de que Mary ignora que una de las niñas no está indispuesta tras llegarle la regla. También el varón es víctima de ese esquema encorsetado que durante décadas fue preponderante: se le obliga a debutar con una prostituta en un acto deleznable: se anuncia con discreción pero como una solemnidad que el falangista va a acompañar a su sobrino a ponerla (no sin protección advierte la mujer de compañía), sin preguntarle si esto le satisface o no.

Indudablemente el feminismo de Bemberg fue uno constructivo y quizás haya ayudado a cambiar la mentalidad que ella misma vivió. Si bien no es una película gigantesca, se adecúa minuciosamente a las circunstancias epocales en cuanto a actuaciones (destacando sobre todo las de Romano, Pavlovsky y Christie), vestuarios y modales (como normalmente los autores destacados cumplían), sociológicamente logra su cometido crítico.

El seducido

Drama estadounidense de 2017 escrito y dirigido por Sofia Coppola, coproducido por ella y Youree Henley. Musicalizado por la banda Phoenix, fotografiado por Philippe Le Sourd, editado por Sarah Flack. Financiado por American Zoetrope (productora de Francis Ford) y distribuido por Focus Features

Actores: Colin Farrell, Nicole Kidman, Kirsten Dunst, Elle Fanning, Oona Laurence y Angourie Rice.

Sinopsis: En 1864, durante la Guerra Civil estadounidense, la llegada de un atractivo soldado yankee herido, altera la armonía de una escuela femenina, activando una tensión sexual que aumenta, latente, con la competencia que las jóvenes entablan por ganar la atención del soldado.

No vi la versión del 71 de Don Siegel con Clint Eastwood, aunque ya por un simple dato a priori es bastante probable que sea más fiel a la novela en la que se basa (A Painted Devil de Thomas Cullinan) que esta remake: Sofía Coppola decidió que el personaje secundario que en el film de Siegel es una esclava negra (como en el libro original), fuese reemplazado por Kirsten Dunst, actriz blanca, porque “no quería darles un mal ejemplo a las nuevas jóvenes”. Una estupidez progre propia de los tiempos de hoy, contaminados de negacionismo histórico, juzgamientos torpes (ver al pasado con ojos de hoy sin tener en cuenta el contexto), corrección política, sensiblería barata frente al humor o hechos dramáticos etc. Se trata de lo que en EEUU llaman desde el centro y la derecha los “woke”: un peyorativo que sirve como burla justificada contra quienes creen que la tienen más clara que Einstein, “quienes se despertaron” frente a lo que creen ellos que son los males del mundo cuando no se trata más que de banalidades deformadas por estos falsos progresistas. Lamentablemente esa elección de la hija del genio Francis fue muy grosera, ya que este negacionismo deja bien paradas a las damas sureñas defensoras del esclavismo confederado y el soldado de la Unión es el malo “manipulador” del film, en breve diré por qué.

El film está lleno de actores de enorme talento que acá explotan sin medias tintas: Colin Farrell, Nicole Kidman, Kirsten Dunst e incluso la bella promesa Elle Fanning (hermana de Dakota). Todos ellos alimentan un dramatismo explícito, un erotismo implícito (que luego deja de estar escondido y sale a la luz), sin muchas palabras y con gestos tanto de autorepresión como de atrevimiento femenino. La mutación más destacable es la de Farrell, que pasa desde el grado de la buena educación y el buen trato, pasando por el deseo carnal hasta la desesperación y la locura.

A nivel formal la fotografía radiante en las mañanas (con enormes rayos penetrando en las habitaciones), brumosa en las tardes y muy oscura en las noches, se emparenta con estados emocionales definidos: el amanecer es la esperanza de la convalencia del desafortunado, el ocaso es el escepticismo de sí será o no entregado al enemigo (según el punto de vista masculino) y con la luna se desata la lujuria.

El cabo John McBurney siente un obvio hambre sexual al caer en el seminario de damas de Mississippi, zona dominada por los confederados que trabajaban las tierras agrícolas. Las mujeres presumen de una hospitalidad genuinamente apreciable, pero esta desaparece cuando una noche John decide acostarse (para sorpresa nuestra) con Alicia (Fanning) en lugar de con Edwina, a quien le había dicho que era hermosa, vestía como nadie y quería escaparse con ella bajo promesa de convivencia. Acaso hay que señalar con el dedo al hombre por haber tenido sexo con quien lo calentaba? La verdad que no. Más bien es rechazable el acto de acoso de Fanning, que lo besa en la boca mientras duerme. La cosificación de la cineasta es penosamente evidente.

Quizás el error fatal de él fue haberle dicho a Dunst que la quería prematuramente, pero también es cierto que en un hombre puede surgir el ardor erótico no con una sino con varias mujeres y esto no es una inmoralidad condenable, como da a entender acá Coppola hija. Al parecer lo es para las feministas radicales.

La trama alcanza exitosamente picos de tensión y suspenso, pero estos sólo sirven para que el personaje masculino quede como el malo de la película por tener ganas de coger con varias de las damas y todas ellas (incluidas niñas) sean víctimas y heroínas que se vieron obligadas a matarlo, después de que Edwina (Dunst) casi lo hace al tirarlo por las escaleras y Miss Martha (Kidman) le corta una pierna sin saber si eso le iba a salvar la vida o no, pero haciéndolo “por las dudas”, no sin un rencor celoso que le guardaba al soldado, habiendo notado que este se sentía atraido por Edwina, subordinada de ella.

Cómo nos sentiríamos si nos cortase una pierna alguien que no se recibió de médico/a? Probablemente con una desesperación parecida a la padecida por el soldado enfrentado a un gran conjunto de hipócritas que predican el amor cristiano pero son capaces de usar a un hombre como juguete.

Como yo soy de los que no valoran positivamente una obra por los aspectos puramente formales (consideraría una torpeza ignorar al contenido y su sentido), creo que Sofia C se regocijó sádicamente con el crimen del soldado y toma los puntos de vista matriarcales de las alumnas como los “correctos”. Todo esto en el medio de una tonta guerra de géneros que atraviesa a cierto cine estimulada por el fanatismo izquierdista, que solo provoca desvíos de temas importantes que se hermanan con la la lucha de clases marxista, para dividir a las sociedades que no necesitan separaciones sino uniones, como se requirió en EEUU que los yankees del norte liberásen a los negros sureños de la opresión rural de los terratenientes negreros o la unificación italiana.

El reaccionarismo político (que puede ser conservador o socialista) aparece sospechosamente por segunda vez en esta cineasta (creo yo más famosa por ser hija dé que por mérito propio): en 2006 hizo una frívola, ostentosa y barroca obra de mal gusto sobre María Antonieta, victimizándola. Ahora el malo resulta ser el servidor de Lincoln y las buenas, las que son capaces de todo con tal de mantener su comodidad privilegiada mientras los negros sudaban la gota gorda por blancos corruptos que seguro fueron amantes de estos personajes femeninos, portadores también de una mirada hembrista, reverso complementario de la machista.

No obstante no hay que olvidar que el punto de vista sureño se trató también en wésterns como Camino de Santa Fe, con Erroll Flynn y el ex presidente Reagan o en la polémica y considerada genial El nacimiento de una nación del maestro Griffith. Extraño que los derrotados tengan más protagonismo que los vencedores, cuando estos últimos fueron los libertadores de América.

Cromwell

Drama británico de 1970 biográfico- histórico- bélico sobre una figura discutida, alabada y repudiada dentro y fuera del Reino Unido: Oliver Cromwell, líder político, general militar y miembro del parlamento inglés.

Dirigido y escrito por Ken Hughes, producido por Irving Allen, musicalizado por Frank Cordell, editado por Bill Lenny y fotografiado por Geoffrey Unsworth.

Actores: Richard Harris, Alec Guiness, Robert Morley, Nigel Stock, Geoffrey Keen, Michael Jayston.

Imitando los grandes dramas de época, la épica fue un componente ineludible para toda obra que abordó personajes dotados de complejidad y no sin cierta ambiguedad, este film no es la excepción. En el caso que convoca, Cromwell está endiosado por supuestos “liberales republicanistas” que ignoran la inmoral atrocidad que significó la persecución, asesinato y exilio de gran cantidad de irlandeses católicos, considerados por el como “salvajes inferiores”, así como por todos los puritanos fanáticos del protestantismo anglicano dentro del congreso. Las ansias y gestas independentistas de irlandeses y escoceses, para desgracia de ellos, fueron sofocadas por el colonialismo inglés, así como para desprecio de los escoceses y galeses anti monárquicos), esto sucedió bajo gobierno con el supuesto héroe y bajo el del villano.

Cromwell inicialmente era un monárquico que con el correr del tiempo sintió una profunda animosidad hacia el rey Carlos I (casado con Enriqueta María, una reina católica) y hacia el sistema monárquico en general. La incapacidad de Carlos para mantener decisiones importantes, por mentir descaradamente y por clausurar una y otra vez el parlamento, violando las leyes de la Carta Magna británica (Carta que había permitido al pueblo anglo librarse del yugo del absolutismo previo a este reinado) hizo que se gane el rechazo de los parlamentarios y parte de la población. Carlos fue el culpable de reinstalar el desequilibrio de los poderes del Estado: siendo un monarca famoso por coleccionar pinturas, también lo fue por ser un tirano.

El gran problema con esta obra es que hay una sesgo histórico que daña su reputación en el final: luego de mostrarse los hechos tal cual sucedieron, no sin dejar de lado las obvias licencias ficcionales del guion y desplegando un talento técnico evidente para las escenas de batallas (como fue costumbre en el cine de los 70, heredero de la tradición fotográfica del cine épico de los 40 y 50), se nos dice que Cromwell gobernó por varios años de estabilidad tras derrocar a la monarquía y se nos muestra un plano detalle de una placa conmemorativa junto a una escultura de su cuerpo muerto (costumbre en aquel siglo), en una clara toma de postura que apela a la emotividad populista (como el film Eva Perón de Juan Carlos Desanzo, ya criticado).

Todo científico y todo crítico debe dudar cuando se pretende mostrar una supuesta verdad absoluta que no es más que un sesgo ideológico que ignora la otra cara de la realidad. Ken Hughes, director de este film, podría haber ampliado la duración de la película para darnos información sobre el Protectorado, es decir sobre el gobierno parlamentarista de Cromwell, pero se termina con él sentado en el trono del congreso tras echarlos a todos.

No se puede negar que este cineasta acierta a la hora de mostrar las contradicciones y una involución (que Hughes no considera tal pero yo si) de este personaje, genial para planificar las guerras y muy audaz para persuadir con su retórica, pero repudiable por su decisión de disolver el parlamento, una acción  increíblemente idéntica a las de Carlos, el primer rey decapitado de la Era Moderna. Cromwell se convirtió en otro dictador religiosamente intolerante y con políticas económicas confiscatorias (muy opuestas al liberalismo capitalista que en ese tiempo afloraba), pero esto es completamente ignorado por Hughes, hipnotizado por el poder venenoso de la oda mitológica, que rompe con la prolijidad narrativa que venía teniendo el film.

Las actuaciones de Harris como Cromwell y Guiness como Carlos inicialmente son excesivamente teatrales, pero conforme avanza la trama se fortalecen hasta impresionar con sus destrezas imponentes: el primero manifiesta su carácter rígido y vehemente, con su poder de influencia como líder, el segundo muestra templanza y en lugar de influir, por el contrario, es fácilmente influenciable (en otras palabras, Cromwell dominante y Guiness más dominado, aunque aparente que es al revés). Harris, irónicamente un irlandés, consiguió imponerse hasta el clímax, cuando pasa de la seriedad a la risa por ser convocado a gobernar como Protectorado (que tras la muerte de Cromwell se transformó en Mancomunidad) por pedido de los congresistas que lo apoyaban, es sencillamente brillante.

No es una pieza mala ni mediocre, es claramente una cinta memorable que no está exenta de dramatismo abusivo y carece de la profundidad emocional que tiene por ejemplo Moisés y los 10 mandamientos con Charlton Heston. La música y las imágenes son potentes armas, pero prestarle atención al significante sin hacerlo con el significado es uno de los peores pecados que un crítico puede cometer: la lección frente a esto es no dejarse engañar por sesgos artísticos y recurrir a la ciencia social para averiguar si se puede homologar a un guía de pueblos con Jesús o si este retrato no es más que un fraude que se hizo eco de la Historia Oficial anglosajona que no es revisada, por más belleza visual, sonora, actoral y en síntesis formal que posea y presuma.