SHREK 2: EL REINO DEL REVÉS, UN CLÁSICO ANTI-TRADICIÓN.

SHREK 2- EL REINO DEL REVÉS 

La historia del ogro parlante, una parodia mezclada con sátira de los cuentos de hadas eternos es el equivalente al libro que creó Miguel de Cervantes: Don Quijote de La Mancha. ¿En qué se parecen? Tanto la novela del manco de Lepanto como la película de DreamWorks, adaptación del libro-álbum ilustrado, obra de William Steig, rompieron con la solemnidad rígida, profundamente tradicionalista y conservadora del espíritu medieval-feudal, en pos de abrazar las ideas con el vigor cómico de Bocaccio y su Decamerón, conceptos humanistas y renacenistas que dieron paso a la Modernidad: ahora las tramas de caballería (en el caso de Cervantes) y la de los fairy tales en el de Shrek, son ridiculizadas para invertir la ecuación: no es el príncipe azul el que siempre tiene el poder seductor, sino la bestia que antes era el enemigo. 

La princesa Fiona quiere la aprobación y el amor de sus padres reyes, pero es consciente de la culpabilidad de ellos por el trauma que le ocasionaron al encerrarla en una torre, hasta ser conquistada por el caballero perfecto. Llamativamente no se siente cómoda con su identidad humana y al final de esta secuela (exitosa en la taquilla y críticas, tanto o más que la primera) explicita que prefiere ser ogra. 

La moraleja de la película (ahora sí en sintonía con las fábulas tradicionales) es simple: aceptarse como uno es, a pesar de que reconozca para sí que no es Di Caprio ni Sydney Sweeney. También Shrek 2 critica con humor ácido a los matrimonios arreglados, (de la peores bajezas de la realeza) y nos comunica que la magia, epifanía de las fantasías humanas imposibles, puede actuar como objeto de placer temporario, como para quien consume drogas duras con el fin de evadirse de su penosa realidad, pero termina siendo un tóxico autoengaño: esto implica un acto de fingir que uno es otro, pero por fuera de la ficción (donde cobra un sentido maravilloso, ya que eso es la actuación en el arte), es entonces cuando la identidad se convierte en un drama espantoso. 

Excelente comedia llena de referencias al cine de culto, un híbrido de entretenimiento infantil y humor adulto, portadora de una animación 3D innovadora para su tiempo y seguidora de la esencia de Pixar y fundamentalmente rupturista (lástima el caniche que aplastó Shrek, no era culpable de nada).

MAFALDO: CONFESIÓN PERSONAL Y REFLEXIÓN SOBRE LA EDUCACIÓN.

Ya se, no es una crítica de cine. Quizás suene a catarsis barata para algunos o testimonio valioso para otros. En tiempos en los que las ansiedades juveniles aumentan por las incertidumbres existenciales, las angustias lo hacen por la falta de un horizonte y la soledad se divide en un ángel y un demonio, además de que se incrementa el número de casos de acoso psicológico en los colegios, amerita una citación de un pasado que pudieron haber tenido muchos.

La escuela primaria… ese lugar donde se puede aprender variadamente, donde uno descubre lo que lo alimenta (en mi caso lengua) y lo que lo expulsa (a mí la matemática): donde brota el interés individual y se despierta en la conciencia el maravillosamente rico y gigantesco mundo de la curiosidad (por cualquier ámbito), a la par que se presentan dificultades donde nuestro ser se forma, en cuerpo y mente, problemas con el mismo aprendizaje y en nuestras relaciones con el entorno. Así emergen los rasgos de nuestra futura personalidad, con baches inmediatos.

Escuela primaria: sitio de caos y broncas, de tonterías e ingenios, de acosos y tristezas, de soledades que se eternizan como una tortura, junto a un sentimiento de exclusión respecto al grupo de compañeros. El “niño adulto”, también conocido por su sinónimo “Mafaldo” (que de famoso el término no tiene nada, sino que fue un invento de una docente mía de 5to grado), se trata del inmaduro-maduro: estereotipo real del peyorativamente tildado de “tragalibros” de edad prematura o mejor dicho, del traga manuales Santillana, (ya que para los tiempos a los que voy a referirme los libros eran de difícil acceso porque ya había inflación al alza). Alguien portador de las estrecheces y ternuras propias de la formación de la identidad, pero también cuerpo de un deseo de saber con el cual orgullosamente me identifico: sobre la Historia y el Arte, preguntándome incluso el por qué de la suba de los precios.

Es un tipo de persona (o figura social compartida, como el acosador, el turro, el cheto) pero con diversas inclinaciones (al nivel de sujeto distinguido). Grandes obstáculos surgieron en ese pasado a la hora de vincularme con los demás, no porque culpe a mis hobbies de mi dura preadolescencia, sino por las incompatibilidades de intereses con los otros que lastimosamente me provocaron desencuentros y segregación. Aunque no todo fue lastimoso, viéndolo en retrospectiva.

Mafaldo (así me llamó la docente) es la manifestación masculina (fuera de la historieta) de aquella niña graciosa, capaz de hacer y hacerse preguntas sobre el existir aunque eso no sea lo normal. No es tampoco imposible que le suceda a varios con cierta obsesión. Algún maleducado dirá: “ese pibe tiene que estar jugando al fútbol y no leyendo sobre la guerra de federales y unitarios”. Pero este posible comentario acusador tiene algo de razón parcial: los chicos tienen que poder hacer lo que quieren (por ejemplo leer para aprender, además de que es un deber escolar), pero si la integración grupal no sucede, no es este un hecho que padres y docentes tengan que dejar pasar.

Aquel que es capaz de leer en el recreo mientras los otros se divierten pateando al arco con una pelota de papel puede gozar con las lecturas pero sufrir mucho con la marginación, al punto tal que se reemplaza el acto de conversar por el de hablar con uno mismo (así me pasó). Esta evocación de mi identificación con la nena ficticia no es una exhibición de pedantería tonta, sino una marca genuina del gusto por aquello que otros no sintieron (y tenían derecho a no sentir, porque las subjetividades no son siempre iguales). Esa marca (que hoy veo más jugosa cuanto más se desarrolla, ya que no caduca sino con la muerte) es también un mecanismo de defensa para entretenerse, del que el niño se sirve para combatir en solitario a ese sentimiento tan desagradable de estar por fuera del rebaño, de creerse el rarito antisocial por el estigma de unos idiotas, que merece el apartamiento de la mayoría por tener una mentalidad que apunta a otro blanco, que quiere llamar la atención para ser apreciado pero solo la consigue temporalmente, para posteriormente ser nuevamente olvidado a su suerte y creerse inútil, forzado a buscar alternativas para que su vida no se convierta en un infierno, como quien se crea un amigo imaginario.

No está de más decir que la soledad involuntaria es un gran agujero que se siente dolorosamente aún en la adultez, even para quienes la socialización es un pilar clave (otros prefieren la ausencia de compañía). Esto nos estimula a reflexionar sobre los demás y sobre nosotros, posiblemente para siempre (vinimos y nos vamos sin nadie más), sin distinción de creencias o características. La baja autoestima de ese tiempo, producida por acosos permanentes, me hizo pensar que yo debía ser otro, que no debía estimar con buena altura mis rasgos y que solo importaba el bienestar ajeno, total yo no era “quien tenía que ser”. Después de todo, a mi también me gustaba jugar a los gogos, a las cartas Adrenalyn, a los Beyblade, ser incluido en ese partidito de pelota armada con papel para meter goles o trabar a los atacantes para evitar goles ajenos (y así tener el visto bueno de quienes me rodeaban). Ni hablar de jugar a la Play 3. Sin embargo esos gustos se llenaron muy a medias: la exclusión se hizo latente en todas esas posibilidades, nacieron frustraciones y aislamiento, sobre todo con la Play porque la tenía pero no podía jugar online, ya que mis juegos eran truchos y mis viejos decían que los originales estaban caros, así mi consola se chipeó.

El problema fue no haberme concientizado de que era mejor estar a largos metros distante de aquellos pibes que creían ser estrellas o que buscaban el liderazgo permanente, los mismos que hacían comentarios hirientes y que solo les importaba ser mejores que el resto, influyendo en este para que los valoren como los fieles seguidores a un político demagogo y corrupto. Si uno puede aplicarse una autocrítica, esta es pertinente por anhelar ese pulgar arriba, esa aprobación maldita (hermana mayor del tan actual y jodido like de las redes) de los que también padecían inseguridades, complejos y desencantos, solo que maquillados por una miserable actitud agresiva de vanidad, como la que poseen los cazadores de animales salvajes, cuya diversión no es otra que matar por puro goce sádico. Sin dudas esto es producto de una mala educación de valores en las casas, pero este defecto que esquiva a las instituciones para desgracia de algunos va a reproducirse sin fin mientras los nuevos padres no tengan un enfoque opuesto a dos rostros de una moneda que se complementan: la del padre/madre autoritario-maltratador del siglo pasado y el permisivo al que nada le importa, como ocurre hoy y ocurrió hace casi 15 años (con la generación del 2000, la mía, aunque el fenómeno data de un largo tiempo atrás).

El apoyo de quienes nos caían bien, de los que por evolución temporal se transformaron en grandes amigos, nunca va a perder su vital relevancia. Sobre todo si se trata de los inmortales, de los que van a recordarse post mortem (a no ser que uno muera primero). No solo como un modo necesario de evasión y superación de males pretéritos, sino además de males presentes y futuros que siempre amenazan a la individualidad, cuyas soluciones dependen de nosotros y de nadie más, pero que en nuestra condición de seres sociales requieren del soporte del otro, que se funde con uno en la medida en que empatiza y se compadece de los infortunios.

Nadie quiere ser Robinson Crusoe (ni siquiera el personaje lo quiso), pero sí fue voluntad de Daniel Defoe que el protagonista quede a la deriva en una isla, así como posiblemente al destino (si existe en su concepto religioso) se le cantó que las circunstancias sean caprichosamente adversas para us, para que forjemos nuestras fortalezas desde la debilidad y no desde el bienestar, como no puede ser de otra manera, así como la creatividad brota por el aburrimiento o la carencia.

En tiempos en los que la educación argentina padece por pésimas notas de los chicos en la primaria y la secundaria sería genial que desde las casas los padres estimulen a sus hijos a que les gusten algunas disciplinas. Esto no significa imponer con tiranía o caer en el nocivo adoctrinamiento paternalista, sino fomentar con amor las lecturas y ver si así es posible que a un nene o nena le atraigan los cuentos o los números. Si esto no ocurre tampoco es una calamidad, pero la desidia con las obligaciones perjudica al rendimiento (incluso para los que estudiamos en la facultad, sin discusión).

Finalmente, esto puede sonar a palabras cliché típicas, pero son verdades nada menores: todos tenemos que ser nosotros mismos, querer ser como otros no está mal, de hecho la actuación implica un “quiero ser como” (para los que nos encanta actuar) pero dejar de ser uno para ser como otros quieren que seamos es lo peor que puede ocurrirnos. Sé vos, reza Ricardo Iorio en la canción homónima de Almafuerte, con acento en la E, mientras que el título de otra canción del DJ Maxi Trusso (argentino como Iorio pero nada que ver musicalmente) se llama Nadie está solo-Nobody is lonely.