Oda a los vulgarismos

“Hay que hablar con propiedad y respeto”. “No seas guarango porque es de bruto”. “El escritor culto e inteligente debe redactar sin coloquialismos porque sino es vulgar”.

Estas frases, que una porción no menor de la sociedad reproduce como si se tratara de máximas o verdades objetivas-universales, no son más que expresiones represivas, elitistas, soberbias y falsamente sabias o Ilustradas (la I mayúscula en referencia a las ideas liberales de la Modernidad), que alimentan a una cultura promotora de las censuras a los artistas (ejemplo más propicio es el de los humoristas, víctimas de la cancelación por sus estilos explícitos-groseros) y también a la autocensura, manifestada en algunos “creadores de contenido” (como se dice ahora), incapaces de exhibir orgullo en entrevistas y avergonzados de chistes o bromas que hicieron en el pasado para en su lugar “aggionarse a los tiempos que corren”.

Resulta extático escuchar a tipos como Ricky Gervais o al ya fallecido Fernando Peña (uruguayo pero argentino), hacer maratones de series como Padre de familia y South Park (ambas las tengo pendientes de ver en temporadas enteras, aunque es un desafío difícil por su enorme cantidad de episodios, respectivamente) o tragarse los videos en YouTube de Peligro sin codificar, los primeros sketches de Videomatch (antes de la putrefacción provocada por el mismo Tinelli en su show frívolo), Cha Cha Cha y su surrealismo 50% elegante y 50% ordinario-procaz, entre otros. Me refiero a programas de tv históricos, cuyo nivel de bagaje cultural es, sumando a todos, enorme, sin ninguna obligación de ser sofisticados.

En tiempos en los que la corrección política logró instalarse en los medios de comunicación, tanto tradicionales como modernos, aunque pugnando frente a frente con la incorrección por el dominio de la opinión pública, creo fundamental hacer un elogio de los vulgarismos, de las malas palabras y los insultos merecidos e ingeniosamente usados en contextos múltiples, esos que Roberto Fontanarrosa defendió a capa y espada, por un lado como sana indignación ante las retóricas fascistas (peor ejemplo de estas es la ya longeva y famosa “moral y buenas costumbres”) y por otro lado debido al obrar ingenioso, en ocasiones racional y en otras irracional (el caso del arte absurdo).

La crítica, sea cinematográfica, literaria o culinaria, es definida por algunos docentes y “personalidades destacadas de la cultura” no como disciplina de libre vuelo sino como un patrimonio del estilo formalista, digamos correctito, pedante y anti popular, que rechaza injustamente el empleo de conceptos y frases metidas en el imaginario social hace añares, porque si te servis de ese lenguaje sos un maleducado, un inculto o un simple idiota. Es exactamente al revés: negar la jerga sencilla no solamente es pecar de pretencioso (esta sí es una genuina mala palabra repudiable) es ser un ignorante de la tradición musical- oral de la Argentina, de la riqueza lingüística que nos ofrendaron los pobres devenidos en trabajadores, los que vinieron en los célebres barcos para hacer la América, es decir los extranjeros argentinizados que crearon el lunfardo, luego deformado por las cárceles (aunque es motivo de debate desde qué época surgió ese mal gusto, supongo por los años 90 y la tumberización de la población, con aumento de la marginalidad), pero tampoco hoy se extendió ese contagio carcelario, nadie le dice “vaca rallada” a la leche o “nieve” al azúcar excepto las lacras de los presos.

La gran literatura no fue un invento exclusivo de las clases altas a las que pertenecieron los Borges, los Bioy Casares o las Ocampo (todos estos seres hermosos, aclaro), existieron en paralelo los César Bruto, los Roberto Arlt, los Osvaldo Soriano y un montón de autores humildes que se me escapan, pero por ser una lista interminable.

Resulta aceptable que famosos con autoridad institucional manejen los vulgarismos políticamente incorrectos? Claro que en casos de protocolo esto es imposible o casi (funcionarios políticos, exceptuando algunos mandatarios) pero en las universidades (sean privadas o públicas, lo puedo afirmar por experiencia) muchos profesores no temen dar las clases como si fueran pares de los alumnos, por más que no lo sean. Médicos, policías, escritores, periodistas y hasta empresarios son capaces de hacerlo, ante las cámaras y micrófonos o sin ellos, en una exhibición de flexibilidad o soltura que nada tiene de problemático, a menos que haya un abuso de confianza con los interlocutores u oyentes.

Quienes escribimos somos mentalmente pobres o faltos de recursos por no abundar en terminología cultista y apoyarse en cambio en las frases del común de la gente? Mi respuesta inmediata (aunque no totalizante, ya que no todo lo que brilla es oro) es no. En primer lugar, resulta muy forzado buscar permanentemente y no cada tanto en el diccionario/Google ideas o calificativos. En segundo, los vulgarismos regalan, sencillamente, libertad expresiva y en tercero, no vamos a ser más serios ni superiores por decir “flatulencias” en lugar de “pedos”, “macanas” y no “cagadas”, “despreciable” en lugar de “sorete” y así infinitamente.

Hay que cuestionar esa necesidad excesivamente impostada de fingir tener otra identidad a la hora de escribir o de comunicarse en persona con gente importante, precisamente porque atenta contra la naturalidad que todos nosotros tenemos y el buen humor.

Author: nacho2002

extrovertido y cómico

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